La vieja Biblioteca Nacional fue un lugar de visitas permanentes para Piglia. Ahí tuvo su primer encuentro con Borges, con la excusa de invitarlo a un ciclo de conferencias, y ahí pasó horas leyendo ficción, historia, filosofía, y escribiendo, a veces como una manera de combatir las penurias económicas, la soledad, la angustia (“Estoy en la Biblioteca Nacional. Después de caminar por Corrientes y vender Contrapunto de A. Huxley, La bastarda de V. Leduc, varias crónicas y varios libros policiales, rescaté quinientos pesos con los que debo llegar a fin de mes”).
A veces esas jornadas no eran del todo productivas, y los días pasaban sin que él sintiera que avanzaba en su trabajo. Pero en ocasiones se disparaban ideas nuevas, o que al menos a él le resultaban mucho más movilizantes: “En la Biblioteca Nacional paso la tarde revisando viejos libros, armando una versión nueva del concepto de autobiografía. Nueva porque imagino los escritos unidos por el género y no por la noción contingente de ‘literatura’. Las escrituras personales exceden esa categoría y se proponen, de hecho, como testimonios. La otra cuestión es que habitualmente se considera literarios sólo a los textos de ficción (sea cual sea su orientación)”.