Luna Park

El Negro Jacinto Ortega está tumbado en el décimo round de la pelea más decisiva de su carrera. Una pelea amañada. El rumano Morescu le pagó diez mil pesos para que cayera frente al novel Peralta en el quinto, pero, cinco rounds después, esa derrota falsa todavía no ha ocurrido. En “Negro Ortega”, la acción está anclada a ese momento fundamental: el Negro, que traicionó su pacto con Morescu, puede quedarse tumbado o puede levantarse. El tiempo se quiebra y, como un vidrio roto, las líneas que lo forman convergen todas en ese punto. Finalmente, el peso de la lealtad —lealtad a Ruiz, boxeador viejo y caído en desgracia, y sobre todo mentor de Ortega— es mayor que el del dinero o que el del propio cuerpo. Ortega se levanta y se juega su destino en un izquierdazo “tremendo como una oración.”

La acción del cuento transcurre en la esquina de Lavalle y la Avenida Bouchard, en el Estadio Luna Park. Veinte mil personas son testigo de una noche en que se cifra el destino de Ortega, que desde el comienzo reconoce la importancia decisiva de sus actos: “Perdoname pibe, está pensando Ortega, abrazado a las piernas del muchacho. Y el sudor, y la sangre que baja desde el arco roto de la ceja, y los lamparones lechosos de los globos de luz del Luna Park, van cubriendo con un aceite espeso los contornos de las cosas”.

El cuento de Castillo es una historia de redención. El narrador, que a primera vista parece convencionalmente omnisciente, está afectado por una serie de contaminaciones sucesivas. Narra por momentos como un comentarista —como los comentaristas de esa misma pelea, acaso— y, por momentos, queda empapado por las ideas y las sensaciones del propio Ortega, empapado del misticismo religioso de Ruiz, lector de la Biblia. Así es como la pelea encierra un germen salvífico: el narrador se contamina de terminología religiosa y Ortega parece estar ante la posibilidad de salvarse de todos sus pecados.

“Negro Ortega” condensa algunas preocupaciones frecuentes de la obra de Castillo: la religión y el destino de los hombres, el límite entre la libertad y  la responsabilidad. Tal vez “Negro Ortega” podría haber sido la historia de un escritor. Después de todo, la atención a la Biblia de Ruiz con la que Ortega guía su práctica del boxeo no deja de ser atención a lo que otros escribieron antes, y se parece, no poco, a la fidelidad a los clásicos desde la que Castillo pensaba la literatura.