Confitería Richmond

En 1948, Julio Cortázar conoció a Aurora Bernárdez en la Richmond. Simpatizaron enseguida. Ella era una traductora literaria prestigiosa, que ya había traducido a Sartre, por ejemplo. En la reunión estaban también presentes los escritores Adolfo Pérez Zelaschi e Inés Malinow (que fue la persona que ofició de celestina). Cortázar llegó primero. Cuando Aurora entró, y él se levantó para saludarla, a ella le resultó tan alto que “parecía que tenía cuatro rodillas, y que más que levantarse se desplegaba”.

Aurora era hermana de Luis Francisco Bernárdez, un poeta ya reconocido, amigo de Jorge Luis Borges y de los escritores españoles que habían llegado a Buenos Aires escapando de la Guerra Civil (Ramón Gómez de la Serna, por caso).

En 1951, cuando Cortázar se fue a París, ella se quedó en Buenos Aires. Pero viajó un años después. En 1953 se casaron. Durante los quince años de matrimonio fueron casi una misma única persona. Traducían juntos. Leían juntos. Viajaban juntos.

Cuando se separaron, en 1968, siguieron siendo amigos. Cortázar tuvo otras dos parejas estables (Ugné Karvelis primero, Carol Dunlop después) y Aurora Bernárdez fue siempre su amiga. Cuando él enfermó ya en 1983, ella lo cuidó hasta último momento. Era la única persona que estaba a su lado cuando él murió.

Antes de morir, Cortázar decidió que Aurora sería su albacea universal, es decir, que sería la encargada de decidir todo acerca de la obra (la ya publicada y la inédita). No había ninguna persona en el mundo en la que él confiara más, tanto a nivel personal como intelectual.

Aurora Bernárdez murió en 2014, a los noventa y cuatro años. Hasta último momento trabajó en la edición de la obra de Cortázar, y también se ocupó, hasta el último mes de vida, de limpiar, con sus propias manos, la tumba que él comparte con Carol Dunlop.