En esa iglesia ocurrió un hecho poco conocido sobre la vida de Julio Cortázar. Es una historia lateral pero muy simpática. En 1943, Cortázar fue padrino de confirmación de Carlos Gabel, su sobrino. Lo pasó a buscar por su casa de San Telmo, en San Juan al 700, y lo llevó de la mano hasta la iglesia. Detrás de los dos varones caminaban tres mujeres. Herminia, mamá de Cortázar, Memé, hermana, y María Ginebra Carulli, madre del chico.
Cortázar tenía un vínculo muy cercano con su familia. Con su madre y su hermana lo unió siempre una relación compleja pero estrecha (resulta de especial interés el conjunto de cartas que les envía durante la última dictadura argentina, en la que discute desde el exilio sobre la mirada que ellas tenían de la situación interna del país).
Otro de los aspectos centrales para entender la personalidad de Cortázar es su vínculo con los niños. Con Carlos Gabel, su ahijado, jugaba al ping pong y compartía charlas y lecturas. Lo mismo ocurría con hijos de amigos como Paco Urondo.