En 1970, Julio Cortázar llegó a Buenos Aires después de visitar Chile para la asunción como presidente de Salvador Allende. Se quedó solo seis días. En Aeroparque lo recibió el poeta y periodista Paco Urondo. Se habían conocido en París, unos años antes, y habían coincidido en un viaje a Cuba en 1967.
En la enorme casa que Paco Urondo compartía con su esposa Zulema Katz en la calle Venezuela, todas las noches había quince o veinte personas que llegaban para la cena sin aviso previo. Eran actores, periodistas, escritores. Llegaban, tocaban timbre y pasaban. En una noche de noviembre de 1970, Julio Cortázar era uno de ellos. En esa ocasión estaba también Rodolfo Walsh, que le regaló a Cortázar un ejemplar de su libro ¿Quién mató a Rosendo?, con una breve dedicatoria: “Para Julio, fraternalmente, Rodolfo”.
Es el comienzo del Cortázar recordado por su apoyo a los movimientos de liberación de América Latina. El joven burgués despreocupado de la política, irritado por la cercanía de las clases populares, ya dejó paso a un intelectual dispuesto a resignar parte de su lugar de escritor consagrado para dedicar su vida y su obra a acompañar las causas revolucionarias.