De 1933 a 1934, Borges dirigió junto con Ulises Petit de Murat, la Revista Multicolor de los Sábados del diario Crítica, la gran empresa de Natalio Botana. Fuente de algunos de sus intereses y laboratorio de sus ficciones, la experiencia –si bien corta– resultó determinante para su literatura. Allí ensaya sus primeras ficciones, las de Historia universal de la infamia, que urde laboriosamente la trama entre lo que se lee y lo que se escribe o lo que se escribe porque se ha leído, gesto de reminiscencias sarmientinas que coquetea, como él, con el plagio; y en la que se aventura la universalización de las orillas, como señala atinadamente Sarlo. Sylvia Saítta despliega el repertorio de intereses: traducciones, cuentos, jazz y tango, ocultismo, literatura fantástica, crónicas históricas, divulgación científica y tecnológica, cine, historietas, chistes. Y, cosa no menor para el universo borgeano: policiales, con cuyo cronista, Francisco Loiácono, hizo Borges buenas migas.
Sí: medios de comunicación populares, muchas veces amarillos y divulgadores de materiales de segunda mano se combinan con los incontables libros ingleses de su padre para conformar el sistema Borges, como lo demuestran los ciento cincuenta volúmenes de la colección del Séptimo Círculo que ideó con Bioy Casares para Emecé, caldo de cultivo del lector que podrá apreciar, entonces, oportunamente –como propone Piglia– “La muerte y la brújula”, punto culminante del género, con su laberinto eleático, incesante y de una sola línea. Desde las páginas de la revista El Hogar también demuestra que es posible colar alguna metafísica, porque es allí que simula estar plagiando esa leyenda arábiga sobre el rey de Babilonia y el rey de Arabia que miden su poder en arenas y laberintos para entregar quizá el laberinto más perfecto de todos: el desierto.