La relación de Gombrowicz con la alta cultura fue ambivalente, y a veces incluso algo contradictoria. Tuvo a Heidegger entre sus autores preferidos, y también manifestó preferencia por autores menores. Fue desdeñoso acerca de la pintura y también de la música, pero, como cuenta su amiga Cecilia Benedit Debenedetti, “Witold juraba que no sabía nada de música. Pero creo que sabía mucho. Sólo aparentaba que sabía las cosas a medias”. En su Diario hay una anécdota muy conocida, y muy representativa acerca de su posición en lo que respecta al consumo de la alta cultura: Gombrowicz asiste a un concierto en el Teatro Colón y, después de comparar al pianista con un jinete que se monta sobre Chopin, Brahams y Mozart, escribe: “Llegó el desenlace. Aplausos. Aplausos de los conocedores. Aplausos de los aficionados. Aplausos de los ignorantes. Aplausos del rebaño. Aplausos provocados por los aplausos. Aplausos que crecían por sí mismos, se acumulaban, se excitaban, se reclamaban… y ya nadie podía dejar de aplaudir porque todos aplaudían”. Y un poco antes: “¡Qué irritación cuando la aristocracia no sabe comportarse! ¡Se les exige tan poco y ni siquiera a eso llegan! Esas personas deberían saber que la música es sólo un pretexto para que se reúna la sociedad de la que forman parte, con sus buenos modales y manicuras”.