Cuando Bioy discutía la decisión final de Borges de morir en Ginebra, se justificaba en una charla de sobremesa donde Borges mismo decía que en verdad daba lo mismo morir en cualquier lado, pero que ya que daba lo mismo, mejor morir en Buenos Aires. Borges, lo quisiera o no, no lo hizo, y murió en Ginebra, donde está enterrado. Bioy sí. A metros de su casa, finalmente, a metros, también, de donde nació. Habiendo viajado tanto, con su vida, con su literatura, con su imaginación, siempre mantuvo hábitos sedentarios. Como buen porteño, a Bioy le gustaba el tango, pero tal vez nunca se haya dado cuenta que llevaba a cabo parte de su ética: jamás irse del barrio.
El cementerio (el primero público de Buenos Aires) se inauguró en 1822. Es uno de los atractivos turísticos más populares de la ciudad, con un enorme valor arquitectónico y muestra de los tiempos en que Argentina era una potencia económica emergente, a fines del siglo XIX. El predio, que tiene 4780 bóvedas distribuidas en 54843 metros cuadrados, guarda los restos de otras figuras públicas como Vicente López y Planes, Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Julio Argentino Roca, Raúl Alfonsín, Eva Perón, Miguel Cané, Mariquita Sánchez de Thompson, Carlos Saavedra Lamas, Federico Leloir, Oliverio Girondo, Conrado Nalé Roxlo, Ernesto de la Cárcova, Martín Karadagián, Amalia Lacroze de Fortabat, Víctor Sueiro, Eduardo Mallea, Norah Lange, Norah Borges, Victoria y Silvina Ocampo.