En Medrano 522 funciona el Sport Club Almagro, donde Fogwill practicaba natación. “Para alguien con problemas motrices, como yo, la desgravitación que produce el agua es la solución de la vida. Yo nadaba mucho, cuatro kilómetros en río abierto. Iba a un club náutico, y en ese club había una pileta y había botes. Los pibes dábamos un pequeño examen, y teníamos derecho a irnos a la mierda en bote. Cuando agoté mi carrera de botes de remero, empecé con los barcos a vela”, le dijo a Leila Guerrero en Máquina Fogwill.
Su voz retumbaba en el vestuario. Mantenía charlas sobre discos con el empleado encargado de manejar los lockers. Había descubierto que coleccionaba discos de pasta y sabía dónde se conseguían repuestos y púas de tocadiscos. Sabía a qué se dedicaba cada uno en ese vestuario, y mantenía cruces picantes con un veterano del club, de casi noventa años, “que va a vivir más que todos nosotros”.
Fogwill, con gorra de natación y antiparras, iba y venía por el andarivel de la pileta. Ahí no cantaba. Su respiración y las brazadas se encontraban en un ritmo que se traducían en el andar lento. Los descansos, entre series de cuatro piletas, eran para conversar y actualizar la información de la bañista, saber si había vuelto con el novio o cómo le había ido en los exámenes del profesorado.
A las horas de pileta les sumaba algo de cinta y bicicleta. Y mucho aérobico, para mejorar la capacidad respiratoria que el enfisema le había arrebatado a los pulmones.