Fogwill fue un reconocido profesional del marketing. En los 90 asesoró a la empresa Arcor en Argentina y Chile. Las oficinas de Arcor, en el segundo piso de la calle Maipú 1210 (edificio AMEX) fueron el escenario donde desplegó todo su saber e histrionismo.
Las puertas del ascensor se abrían y el canturreo de Fogwill (en alemán o simplemente en un silabeo “ti-ri-ri-ri-ri”) copaban el ambiente. Las recepcionistas lo oían y lo buscaban para contarle anécdotas mínimas (el radio pasillo) sobre la gente de la empresa, que él escuchaba con mucha atención. Se ocupaba de que se lo narraran con muchos detalles.
La segunda planta de Arcor estaba particionada al centro por boxes, y en los costados por oficinas de vidrio, donde estaban los gerentes. Las paredes de los boxes eran bajas, de modo que no permitía que las personas de un lado y otro se vieran mientras estaban sentadas. Pero, cuando alguien pasaba caminando, veía a todos, y todos lo veían a él. Fogwill explotaba al máximo esa posibilidad de atracción visual y la complementaba con canciones y frases galantes a las mujeres.
Llegaba con sus informes del tamaño de una resma de papel y cada reunión de presentación de una investigación de mercado era un lujo doble: la lucidez de investigador y su capacidad de repentización para activar una escena dramática (generalmente de comedia) cuando nadie la esperaba. Mientras tanto Fogwill auscultaba a sus interlocutores. La mirada fija y profunda no se relajaba nunca, y su capacidad de análisis quirúrgico de los comportamientos humanos tal vez se basaba en su idea de que la gente nunca dice lo que sabe.