En la Plaza San Martín está el monumento a los caídos en Malvinas. La guerra por las islas marcó la literatura de Fogwill porque, mientras las bajas se sumaban, escribió la novela Los Pichiciegos. En esos tiempos (post crisis económica, después de haber estado seis meses preso, acusado de estafa y subversión económica) vivía con su madre. Ella fue quien le dijo: “Nene, hundimos un barco”. Él se encerró en su cuarto y escribió: “Que no era así, le pareció. No amarilla, como crema; más pegajosa que la crema. Pegajosa, pastosa. Se pega por la ropa, cruza la boca de los gabanes, pasa los borceguíes, pringa las medias. Entre los dedos, fría, se la siente después”. Ese fue el arranque de una escritura sin pausa, durante setenta y dos horas y con doce gramos de cocaína, que inicia una de las novelas más emblemáticas de Fogwill.
Los Pichiciegos fue escrita durante la guerra y terminada mucho antes de que finalizara. Compuso una sociedad subterránea (los pichi ciegos son unos animalitos que viven en agujeros subterráneos y no ven), en medio de la contienda bélica en la que combatientes de uno y otro bando entablan vínculos comerciales. Este planteo le permite hablar de la guerra, la de todos los días, con la que convivía, aguzando sentidos para detectar lo que la vista no podía traer, con habilidad extrema, pactando, incluso, con tus propios enemigos.
Los Pichiciegos tuvo su versión inglesa. Le cambiaron el título por Malvinas Requiem, “Para que se venda allá”, justificaba Fogwill, sin ocultar su bronca.