La casa que Girondo había comprado de soltero, y a la que luego se mudó Norah Lange, era el epicentro del movimiento surrealista de Buenos Aires. Recibían frecuentemente a amigos, organizando veladas y comidas famosas entre los poetas de la época, que soñaban con ser invitados a ellas. Alejandra entró por primera vez a ese reino inesperado y asombroso en 1954.
Lo primero que llamaba la atención era un muñeco gigante de papel maché, de casi tres metros de altura, que recibía a los invitados, y que había hecho Girondo, basado en la ilustración de la tapa de su libro Espantapájaros (1931), para publicitarlo. Estaban los cuadros de Figari, los objetos insólitos que adornaban las paredes, la atmósfera entre mágica y disparatada que le daban sus dueños.
En su primera visita Alejandra escuchó a a Girondo leer poemas de En la masmédula, todavía inédito, junto con Aldo Pellegrini, Carlos Latorre y Edgar Bayley, y se quedó muda y admirada ante los juegos de palabras incesantes y deslumbrantes que, sin embargo, dejaban entrever un fondo desgarrado. La segunda vez (en 1956 o 1957) fue con Olga Orozco, habitual frecuentadora del lugar y amiga íntima de Norah Lange. Con el tiempo esa amistad se fue consolidando cada vez más.