El doctor Ostrov fue su primer analista. Era un hombre singularmente culto, que admiraba la escritura de Alejandra, como lo demuestran las cartas que intercambiaron durante la estadía de Alejandra en París. En ellas se ve el afecto y la atención con la que Ostrov se ocupa de ella, así como la confianza total de Alejandra en él, más allá del enamoramiento del que habla Freud cuando describe la relación de transferencia.
La terapia comenzó en 1954 y se prolongó hasta el viaje capital de Alejandra. Cuando regresó, en 1964, tuvo algunas entrevistas más con él, pero esta segunda etapa no duró mucho, sin duda por el nivel de amistad al que habían llegado, que impedía cierta distancia necesaria para el psicoanálisis. Villordo cuenta, por ejemplo, haberlos visto en Edelweiss hablando muy divertidos mientras comían.
Los efectos del tratamiento se advierten en modificaciones sutiles, como por ejemplo la transformación del tartamudeo de Alejandra en una forma peculiar y atractiva de hablar, que le daba un aura de seducción que con los años se fue haciendo cada vez más notable. El análisis la ayudó a superar su timidez casi patológica, y a acicatear su creatividad. León Ostrov fue el destinatario de la dedicatoria de su segundo libro, La última inocencia (1956).