Uno de los grandes maestros de Castillo es Edgar Allan Poe, cuyos amores, locuras y muerte retrata con dramatismo y profunda humanidad en el drama Israfel. En 1963, cuando Castillo ya gozaba de prestigio literario, esta pieza teatral estaba prohibida en la Argentina, pero ganó en París el premio para autores latinoamericanos del Instituto Internacional del Teatro que dependía de la Unesco y cuyo jurado estaba compuesto, entre otros, por Eugene Ionesco y Diego Fabbri. Al año siguiente, entonces, Losada decide publicar la obra, y más tarde llega la puesta en escena local con Alfredo Alcón en el papel protagónico. Para entonces, Castillo vivía en Boedo, en casa de su tía. Pero dos años después, gracias al enorme éxito que le supuso Israfel, pudo comprar un departamento de cuatro ambientes en Corrientes y Pueyrredón, y se mudó. El 22 de agosto de 1966 anota en su Diario: “Para recordar lugares hay que descubrirlos en compañía, con alguien a quien se ama, o muy solo, pensando en alguien con tristeza, extrañándolo: alguien que no conoce ese sitio y a quien necesitamos a nuestro lado. (…) Estoy por comprar un departamento; vale decir, voy a tener un sitio mío donde volver a escribir. Necesito un año, por lo menos, de tranquilidad absoluta. ¿Se podrá? Qué hermoso entonces ordenar mis notas, pasar todo en limpio, inventar todo de nuevo. Me puse contento por fin”.