Hebe Uhart también dio clases en la secundaria, pero no tenía buenos recuerdos. Lo describía como un “colegio difícil”. Hizo una suplencia de Latín y de Psicología durante la dictadura. A los chicos no se los dejaba ir al baño, a ella le pidieron que usara pollera, en los actos reinaba el silencio y en la sala de profesores, la frialdad. El celador era de la policía de Morón. La entrevista con el rector, Eduardo Maniglia, fue más parecida a un interrogatorio, y él le aclaró que ahí no se discriminaba a nadie, ni a judíos ni a italianos. Toda la experiencia estuvo teñida por la incomodidad.
En “Danielito y los filósofos”, la versión que da del secundario es persecutoria: un alumno rinde Latín por cuarta vez. Lo aprueban con desprecio, le dicen que no está para charlar de cosas profundas y no lo escuchan cuando habla. Al terminar el examen, la profesora Lene se queda esperando que Danielito le agradezca, y le dice que lo aprueba para no angustiar a su madre. El tono del cuento es de denuncia, algo poco común en los textos de Uhart, pero no pierde el humor.