Julio Cortázar trabajó en ese lugar durante cuatro años, entre 1946 y 1950. Llegó por recomendación de su amigo Fredi Guthmann, pero también por una intriga política al interior de la institución. Como era visible que él no simpatizaba con el peronismo, los directivos lo eligieron como contrapunto con el gerente anterior, que sí apoyaba al gobierno de Perón.
El puesto le sirvió para tener un trabajo estable y poder mantener la economía de la familia sin tener que irse a otras ciudades para luego enviar dinero (como había ocurrido en sus estadías en Bolívar y Chivilcoy). El trabajo burocrático influyó de manera decisiva en la vida posterior de Cortázar. Aunque le daba estabilidad económica, aumentaba cada vez más su necesidad de abandonar Buenos Aires para siempre.
Al mismo tiempo, que la oficina donde trabajaba estuviera ubicada en el zona céntrica de la ciudad le abrió a Cortázar nuevas posibilidades. No tenía que viajar todos los días desde Agronomía para estar en el centro, que era donde estaban los lugares que a él le interesaban: básicamente, librerías y cafés. Porque, aunque en esos años Cortázar fue un bicho de oficina, también fueron los tiempos en los que estaba intentando encontrar un lugar, un nombre, entre los intelectuales porteños más renombrados. Y esa construcción solo podía hacerse, a su modo de ver, estando ahí, en el centro de la escena, sentado a una mesa con escritores y artistas.