Escritor central de la literatura argentina del siglo XX, figura admirada pero entonces también polémica, Borges fue para Sábato a la vez un paradigma y un tema de disputa, que focaliza cuestiones como la “gran literatura” y la literatura nacional en particular.
Borges emerge en la novela, ante todo, como poeta de una Buenos Aires cuyas calles, incluso, han recibido sus nombres de sus propios ascendientes próceres. Mientras camina junto a Martín desde el Parque Lezama hacia Barracas, Alejandra (que presuntamente comparte linajes con el autor), recita el poema “La Noche Cíclica”: “Ahí está Buenos Aires. El tiempo que a los hombres / trae el amor o el oro, a mí apenas me deja / esta rosa apagada, esta vana madeja / de calles que repiten los pretéritos nombres / de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez… / Nombres en que retumban ya secretas las dianas, / las repúblicas, los caballos y las mañanas, / las felices victorias, las muertes militares”.
En otro episodio, Borges aparece no ya solo evocado en su escritura, sino como personaje de la ficción. Al salir de La Helvética, Bruno Bassán y Martín tropiezan con él mismo mientras avanzan por la calle Perú: “Cuando estuvieron cerca, Bruno lo saludó. Martín se encontró con una mano pequeña, casi sin huesos ni energía. Su cara parecía haber sido dibujada y luego borrada a medias con una goma. Tartamudeaba”.
A partir de este encuentro se desata un debate, prolongado durante varias páginas, en el que Bruno y luego el padre Rinaldini, a quien van a visitar, discuten sobre el valor de la obra borgeana, tanto en cuanto a su profundidad filosófica como en lo que hace a su representatividad argentina.
En la época del relato novelesco, Borges vivía en Maipú 994, muy cerca de la zona donde lo encuentran Martín y Bruno, y publicaba en el diario La Nación.