También por Posadas, enfrente de lo de los Bioy-Ocampo, estaba la casa de la escritora Carmen Rodríguez Larreta de Gándara, a quien María Elena Walsh había conocido a través de la amistad con su hija, Ana, quien le había enviado un libro de poemas que había publicado, como era la costumbre de la época. Fue entonces el talento literario lo que le franqueó a María Elena, una joven de clase media, el acceso a esta y otras casas patricias. Así lo explicó ella misma: “La vida literaria podía diluir la pertenencia social, y ser invitada a tomar el té enfrente, en casa de Carmen Gándara. El té no era solo una fina costumbre de origen sajón sino que resultaba difícil aceptar otra especie de convite, ya que las jóvenes estábamos obligadas a volver al hogar a las 9 de la noche. El ingreso en esas casas sumía en doble angustia: la timidez y la vestimenta. La primera se traducía en llegar tempranísimo y dar varias vueltas a la manzana antes de tocar el timbre. La segunda, para la especie femenina pobretona, en lucir un gabán de paño marinero adquirido en Eduardo, cambalache de ropa deportiva y campera en Pacífico”. Bella, elegante, segura, ecuánime, piadosa y seductora, esta dama “de ojos clarísimos, encandilados, un cutis grabado con minuciosa hidrografía, de voz confesional matizada con falsetes, cómoda en la pose de naturalidad con que ejercía la seducción” fascinó a María Elena Walsh, y sobre ella escribió: “Para ella no cabe el olvido ni valen las trampas de la memoria. Carmen Gándara es mi personaje inolvidable. Suele reaparecer, con esa delicadeza de los ausentes que visitan nuestros sueños, para recordarnos que los queremos…”.