“Los primeros años de Gombrowicz en Buenos Aires estuvieron signados, si no por la pobreza, sí por la austeridad. Vivió de cursos y colaboraciones en diarios y revistas, y muchas veces también de prestado. Cuando llegó a la Argentina, contaba nada más que con doscientos dólares, que le alcanzaron para vivir casi seis meses en pensiones y conventillos como “El Palomar” de Corrientes 1258. Así describe Gombrowicz la situación en la que se encontraba en aquel entonces: “Vivía, como acabo de decir, en los hoteles menos caros, y hasta en lo que allí llamaban ‘conventillos’, esos tugurios de grandes ciudades atestados de miserables”. A menudo se encontraba con “compañeros accidentales, con quienes entablaba amistad superficial y sin compromiso”.
De sus años de pensiones y conventillos, Gombrowicz dejó una anécdota muy particular que vivió con uno de esos “compañeros accidentales” y que más tarde le contaría en una entrevista al poeta y periodista Dominique De Roux: “Un día en que me paseaba con uno de ellos por la calle Corrientes, comiéndome los escaparates (¡qué honor para el señor Gombrowicz!), dije que tenía hambre. (¡Qué honor!) ‘No te apures –dijo él–. Tengo un cadáver, y habrá de sorba para los dos.’” Gombrowicz y su compañero tomaron entonces el tranvía y llegaron a un velorio, en donde, después de haber rezado sus oraciones, fueron convidados con sándwiches y vino.
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