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Puerto de Buenos Aires

“El puerto es un punto de referencia ineludible en la vida de Gombrowicz. Por allí ingresó a la Argentina el 21 de agosto de 1939, a bordo del transatlántico Chrobry, y por allí dejó el país el 8 de abril de 1963, cuando se subió a la naviera italiana Federico Costa. Es, además, una locación sin la cual no podría existir su segunda novela, Trans-Atlántico, en la que narra sus peripecias al llegar a Buenos Aires, y la excusa perfecta para asentar su postura respecto a los nacionalismos.
Con motivo de su llegada, el diario La Nación publicó lo siguiente: “Entre los viajeros que llegaron en el Chrobry se encontraba (…) Witol (sic) Gombrowicz, un humorista moderno, de vasta cultura. Acaba de tener un éxito de resonancia con un folleto titulado ‘Ferdydurke’”.

Bacacay

“Gombrowicz llegó a Buenos Aires con poco dinero, sin conocer el idioma español, sin contactos y sin ganas de ocuparse en tareas que no fueran intelectuales. Esta suma de cosas lo obligó a vivir en pensiones muy económicas, como la de la calle Bacacay (septiembre de 1939). Si bien no hay registros de la dirección exacta y Gombrowicz afirmaba que se encontraba frente a la plaza Flores (algo imposible, ya que esta calle no rodea la plaza, sino que se encuentra a una cuadra), el domicilio adquirió una mítica muy particular.
A Gombrowicz la gustaba tanto la fonética de esa palabra que cuando tradujo del polaco al español su primer libro, un volumen de cuentos titulado inicialmente Memorias del tiempo de la inmadurez, cambió el título por Bacacay. Allí se incorporan algunos textos nuevos pero, por sobre todas las cosas, se hace hincapié (ya desde el nuevo título) en uno de los temas más importantes de su obra: la inmadurez.

Tacuarí 242

Uno de los lugares más emblemáticos en los que vivió Gombrowicz, por tres motivos. En primer lugar, porque allí se hospedó en dos ocasiones: en diciembre de 1939 (en el segundo piso) y en mayo de 1941 (en el tercero). Asimismo, la zona se convirtió en el epicentro de sus paseos, que aparecen referenciados permanentemente en su Diario y en Kronos. Por último, porque como no podía pagar el alquiler terminó escapándose por la ventana sin pagar. Esto nos puede dar una pauta no solo de la situación económica complicada que atravesaba en esos años, sino también de las cosas que estaba dispuesto a hacer. Era una época en la que jugaba mucho al ajedrez, ampliaba su círculo de jóvenes amigos argentinos y huía de las tertulias de polacos emigrados. Sin embargo, era gracias a algunos de ellos, y de un subsidio muy reducido de la Embajada polaca, que podía subsistir mínimamente.

El Coloso

“En El Coloso, ubicado en Perú y Avenida de Mayo, Gombrowicz se compraba ropa a fines de los años 40 y principios de los 50: camisas y trajes a muy bajo precio. En cuanto las lavaba se encogían y perdían el color, pero prefería eso a seguir pidiendo ropa vieja y usada a amigos que le pasaban lo que ya no usaban más. Los sombreros eran todavía demasiado caros para pensar en comprarlos, aunque los adoraba y consideraba que eran la parte más importante de la elegancia masculina.
Esta preocupación por el estilo, aunque al principio estuviera en clara contradicción con sus posibilidades económicas, fue una constante en Gombrowicz.
De hecho, la lista de compras que Gombrowicz hizo en Argentina es muy limitada (y Gombrowicz fue consciente de esto). Esta lista solo incluiría algo de ropa (un traje, ropa interior), zapatos, una pipa, un reloj marca Tissot. En un momento pensó en comprar una radio, pero terminó optando por un gramófono (un Ken Brown), y algunos discos: Schubert, Chopin, Bach, Mozart, Beethoven. Recién una vez que estuvo instalado en Europa, mediante una beca de la Fundación Ford, Gombrowicz pudo asumir no solo los gastos de nueva vestimenta, sino también, por primera vez, la compra de cuadros y varios electrodomésticos: un tocadiscos, una televisión, una heladera. En agosto de 1965 compró su primer auto (un Citröen 2CV). Ya tenía más de sesenta años.

Corrientes 1258

“Los primeros años de Gombrowicz en Buenos Aires estuvieron signados, si no por la pobreza, sí por la austeridad. Vivió de cursos y colaboraciones en diarios y revistas, y muchas veces también de prestado. Cuando llegó a la Argentina, contaba nada más que con doscientos dólares, que le alcanzaron para vivir casi seis meses en pensiones y conventillos como “El Palomar” de Corrientes 1258. Así describe Gombrowicz la situación en la que se encontraba en aquel entonces: “Vivía, como acabo de decir, en los hoteles menos caros, y hasta en lo que allí llamaban ‘conventillos’, esos tugurios de grandes ciudades atestados de miserables”. A menudo se encontraba con “compañeros accidentales, con quienes entablaba amistad superficial y sin compromiso”.
De sus años de pensiones y conventillos, Gombrowicz dejó una anécdota muy particular que vivió con uno de esos “compañeros accidentales” y que más tarde le contaría en una entrevista al poeta y periodista Dominique De Roux: “Un día en que me paseaba con uno de ellos por la calle Corrientes, comiéndome los escaparates (¡qué honor para el señor Gombrowicz!), dije que tenía hambre. (¡Qué honor!) ‘No te apures –dijo él–. Tengo un cadáver, y habrá de sorba para los dos.’” Gombrowicz y su compañero tomaron entonces el tranvía y llegaron a un velorio, en donde, después de haber rezado sus oraciones, fueron convidados con sándwiches y vino.

Teatro del Pueblo, actual Teatro San Martín

“Para Gombrowicz era vital hacerse un nombre en el nuevo continente; de allí que aprovechara cada oportunidad para darse a conocer. En Gombrowicz eso era sinónimo de provocar, incomodar, molestar, discutir, generar conflictos. Y algo de eso estuvo presente cuando Leónidas Barletta, director y fundador del Teatro del Pueblo, lo invitó a dar una charla allí, uno de los espacios culturales más importantes de la Buenos Aires de aquel momento (28 de agosto de 1940). En ese entonces el Teatro del Pueblo (que hoy se encuentra ubicado en Roque Sáenz Peña 943) estaba en el espacio que actualmente ocupa el Teatro San Martín.
Ese día Gombrowicz dio una conferencia titulada “Regresión cultural en la Europa menos conocida”. Leyó, la gente lo aplaudió y fue a sentarse nuevamente en su palco, junto con una bailarina muy escotada que lo acompañaba. Lo curioso vino después. Según su amigo Juan Carlos Gómez: “Cuando estaba por retirarse con la bailarina observa que alguien se sube al estrado y empieza a vociferar, lo único que puede distinguir con claridad es la palabra ‘Polonia’, la excitación y los aplausos. Acto seguido sube otra persona, pronuncia un discurso agitando los brazos mientras el público empieza a chillar (…). Pero, de repente, los miembros de la Legación de Polonia abandonan la sala, parece que algo andaba mal. Un escándalo, resulta que la conferencia fue aprovechada por los comunistas allí presentes para atacar a Polonia”.