No es difícil imaginar al pequeño Fogwill, recortado por la ventanilla del tren, en una pose que repitió toda la vida: ojos bien abiertos, codo del brazo apoyado en el marco, mano sosteniendo la pera y un dedo metido en su boca. Como dijo él: “Pienso que no hice otra cosa en la vida: posar, mirar hacia la cámara y chuparme algún dedo”.
De sus primeros años de vida salió otro sello distintivo que narra así: “Dediqué mi infancia a desconcertar a los adultos con detalles de escenas vividas y frases oídas cuando no había empezado a caminar ni hablar”.
La familia Fogwill llegaba a Constitución, procedentes de Quilmes, para hacer los paseos de compras. Los esperaban las novedades de las tiendas Harrod´s (Florida y Córdoba) y Gath & Chaves (Florida Y Perón), para ir, luego, por una taza de chocolate al Café Victoria (Yrigoyen al 500). La calle Florida y los café, en familia, fueron una especie de reconocimiento del terreno para la invasión fogwilliana a la Gran Ciudad, que ocurrió cuando terminó el colegio secundario en Quilmes y viajó a Buenos Aires para ingresar a la Universidad.