En el Hotel Almagro transcurre el cuento que da inicio a Formas breves. Un escritor joven se muda a Buenos Aires, a fines de los años 1960. Está terminando un libro de relatos y da clases en La Plata, por lo que vive repartido entre las dos ciudades. Dos ciudades que son a su vez dos series separadas, dos tramas diferentes. Y que se ven conectadas por un azar de la palabra escrita: el escritor encuentra, en su habitación en Buenos Aires, unas cartas que son la respuesta a otras, a las cartas que el mismo escritor encuentra, también en su habitación, en una pensión en La Plata. Este doble hallazgo representa una operación quizás más compleja, pero no por eso menos signada por las virtudes del azar: leer, en el cuento de Piglia, es dar forma a una serie, a una relación –es decir: a un relato.
Las páginas de Formas breves tratan temas y autores sobre los que Piglia se ocupó en extenso: Macedonio Fernández, Witold Gombrowicz, Roberto Arlt –tres variaciones de una misma lengua literaria: la lengua extranjera–, la literatura, el psicoanálisis, el cuento como género. Todo se da cita para mostrar el modo en que Piglia concentra dos operaciones inversas, complementarias y, sobre todo en su caso, intercambiables: la lectura y la escritura, la crítica y la ficción. “La escritura de ficción cambia el modo de leer y la crítica que escribe un escritor es el espejo secreto de su obra”, dice Piglia.
Quizás como muestra de que en su obra la lectura se disgrega y rompe bordes –los de la literatura, los de la realidad, los de la ficción, los del género–, la sombra del Hotel Almagro de Formas breves aparece o se sugiere al menos otras tres veces. Textual en el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi. En Plata quemada es el domicilio que Renzi, entonces estudiante y periodista, declara a la policía. Finalmente, en Blanco nocturno el abuelo de Luca Belladona recuerda a los jóvenes Piglia y Renzi en que “tenía veinte años y con el poco dinero que había ahorrado alquiló una pensión en la calle Medrano en Almagro”.