La librería Aquarius no solo fue un lugar fundamental para Alejandra por la profunda amistad que estableció con su dueño, Antonio López Crespo, y su mujer, Marta Cardoso, sino que allí conoció a Pablo Azcona y a Víctor Richini –el primero trabajaba allí, el segundo era habitué–, de quienes se hizo amiga y compinche. El encuentro se produjo gracias a Julio Cortázar, con quien López Crespo se escribía en esa época.
La amistad con López Crespo (con el que publicó algunos libros) era tan profunda que, además de frecuentar su casa, salir con él y su mujer, y jugar con sus hijos, lo tomó como protector, recurriendo a él ante diversos problemas pero, sobre todo, la noche del 25 de septiembre de 1972, cuando ingirió las pastillas y le dejó en su oficina tres mensajes que él solo pudo escuchar cuando ya era tarde para cualquier ayuda.