Fogwill frecuentaba los bares cercanos a la facultad. Los encuentros entre estudiantes llevaban a fuertes discusiones y apasionadas conquistas. De esos bares, el Coto era el más intelectual. Estaba en Viamonte entre Florida y Maipú, mano derecha. También estaba el Bar Florida, a mitad de cuadra (donde hoy funcionan las Galerías Pacífico), frente a la facultad.
Las tertulias podían prolongarse hasta bien entrada la noche. El ambiente estaba dominado por el humo del tabaco. Se tomaba café a discreción y no se escatimaban bebidas alcohólicas. Se imponía la voz de Fogwill, y su presencia no pasaba inadvertida. Supo elegir enemigos, a los que enfrentaba por diferencias ideológicas y estéticas. Era un hábil competidor. Sabía leer al otro. Pero la competencia, en esos tiempos, también se extendió por superar a sus pares en la conquista de los corazones de las compañeras de estudio. Entre las aulas de la facultad y las mesas de los bares comenzó a tejerse el versión que hablaba de un muchacho de Quilmes que tenía “a todas las minas embobadas”. Los tiempos de la universidad fueron de enorme relevancia. En la novela La buena nueva toca la relación con la facultad y la mirada que tenía su familia sobre la decisión de irse a estudiar a Buenos Aires.