Durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento (1868-1874), se le encomendó al Ingeniero Bateman un proyecto para la provisión de agua, los desagües cloacales y pluviales y el empedrado porteño. Los desperdicios que se acumulaban en los espacios abiertos de la ciudad y la contaminación del río habían provocado y expandido terribles epidemias, como la de cólera, en 1867. Una nueva epidemia de fiebre amarilla en 1870-1871, evidenció la urgencia de implementar cloacas. Las obras planeadas se demoraron largamente. El sistema cloacal se habilitó en forma parcial recién en 1889, con un sifón provisorio en el cruce de la primera cloaca máxima con el Riachuelo.
En un principio solo existían cañerías de recolección de desechos en el llamado Radio Antiguo, actualmente delimitado por las calles Billinghurst, Bustamante, Sarmiento, Medrano, Castro Barros, México, Boedo, Carlos Calvo, La Rioja, San Juan, Alberti, Caseros, Brasil, Paseo Colón y Leandro N. Alem. Luego se fueron construyendo las tres cloacas máximas que cruzan la ciudad, donde confluyen los líquidos de las redes barriales para ser conducidos a plantas de tratamiento. En 2016 se inició un vasto proyecto de expansión, que incluye nuevas redes locales y el añadido de una cuarta cloaca (Colector de la Margen Izquierda).
Cuando se refiere a su recorrido por las cloacas, Vidal menciona bocas de tormenta o tragaluces por donde se filtraría la luz exterior. Por cierto, aún pueden verse en diversos puntos de la ciudad falsas chimeneas que son ventilaciones cloacales y que datan de entre 1880 y 1920, construidas para oxigenar las cloacas máximas de Buenos Aires. Una notoria se halla en el MUNTREF (Dársena Norte), Sede del antiguo Hotel de Inmigrantes.
Pero el descenso de Fernando Vidal Olmos por laberínticos pasadizos poco tiene que ver con obras de cálculo y cemento. Nos remite a un imaginario ancestral de paredes húmedas y pisos irregulares que llevan hacia un lugar desconocido: “En otras palabras, ya no era algo planeado y construido por ingenieros con la ayuda de máquinas adecuadas; más bien se tenía la impresión de estar en una sórdida galería subterránea cavada por hombres o animales prehistóricos, aprovechando o quizá ensanchando grietas naturales y cauces de arroyos subterráneos”.
En efecto, lo que este explorador del Mal descubre es mucho más que un “obsceno y pestilente tumulto” de basura humana encarrilada por la técnica. Se trata del acceso a una infrarrealidad arcaica (acaso los mismos orígenes del mundo) cuyas dimensiones no se alcanzan a medir.