Poesía Buenos Aires fue el primer grupo de poetas al que se acercó Alejandra. Funcionó entre 1950 y 1960, en torno a Raúl Gustavo Aguirre, y tal vez fue el más avanzado e importante del momento. Aunque entre 1955 y 1958 Alejandra se relacionó con autores pertenecientes prácticamente a todas las corrientes poéticas en vigencia, sus dos libros siguientes (La última inocencia y Las aventuras perdidas, de 1956 y 1958) demuestran su vinculación estética y editorial con el grupo Poesía Buenos Aires, ya que ambos los publicó la editorial de la revista homónima, donde también aparecieron colaboraciones de Alejandra.
Por lo general se reunían en dos lugares: el bar Palacio do Café y el departamento de Jorge Souza en Caballito. Habitualmente, además de Raúl Gustavo Aguirre, el gran animador y director de la revista, estaban Rodolfo Alonso, Rubén Vela, Edgar Bayley, el músico Daniel Saidón y algunos pintores amigos, entre los que se destacaba Maldonado, hermano de Bayley. En la revista publicaron también Francisco Urondo y Leónidas Lamborghini, y gracias a ella muchos argentinos conocieron a Wallace Stevens, Fernando Pessoa, Eugenio Montale, Cesare Pavese, Carlos Drummond de Andrade y René Char. La revista rescató a Vallejo y a Juan L. Ortiz, y permitió a Girondo volver a ser vanguardia. Alejandra comenzó a configurar, en estas reuniones, una estética propia, alejada de su primer libro, con poemas más originales y una constelación temática personal: la muerte, el desamparo, la noche, la división de la subjetividad.
En estos encuentros surgieron amistades muy importantes para Alejandra, con Raúl Gustavo Aguirre y con Elizabeth Azcona Cranwell. Aguirre (uno de los maestros más generosos de la poesía argentina) no solo le publicó su segundo y tercer libro, sino que siguió con cariño y lucidez su obra. Azcona Cranwell, también poeta, fue la gran amiga de Alejandra en esa época, casi una hermana.