El Parque Las Heras merece un apartado especial entre los lugares del barrio que frecuentaba María Elena Walsh, que le dedicó su libro final: Fantasmas en el parque. Desde su juventud siempre vivió en sus inmediaciones y, en sus palabras, “cuando estaba la Penitenciaría, recorría la larguísima vereda del paredón ocre y después seguía, cuadras y cuadras, a veces hasta el Centro”. En su vejez, en cambio, iba allí “a tomar aire y entretenerme con vivos y con fantasmas”. A veces no llegaba a cruzar Las Heras, pero podía verlo desde el bar que quedaba en la esquina de Paunero, donde hoy se levanta un moderno edificio. Era “el bar más viejo y sombrío del barrio (…) Parece uno de aquellos despachos de bebidas anexos a los almacenes, mohoso, con sillas tapizadas de cuerina zurcida y brazos que fueron cromados”. Aun con sus dificultades, con zapato ortopédico y apoyada en un bastón, María Elena Walsh frecuentaba el parque, desde donde miraba el mundo y sus personajes con su ojo a la vez admirado y crítico.