En “La muerte y la brújula”, el comisario Treviranus propone una ramplona explicación para el crimen que lo ocupa; entonces, el detective Lönnrot responde: “Posible, pero no interesante. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis”. Borges amaba los relatos policiales; pero sobre todo amaba la elegancia de una trama perfecta que inspira a los mejores ejemplos de ese género. Bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq, Borges y Bioy Casares se divirtieron escribiendo historias de detectives cuyo protagonista lleva hasta el extremo de la parodia la figura del armchair detective: a la manera del príncipe Zaleski, Max Carrados e incluso Auguste Dupin, don Isidro Parodi resuelve los casos por implacable lógica deductiva sin visitar la escena del crimen. “En la movida crónica de la investigación policial, cabe a don Isidro el honor de ser el primer detective encarcelado”, escribe un supuesto Gervasio Montenegro en el prólogo a Seis problemas para don Isidro Parodi. Alojado en la Penitenciaría Nacional por un crimen que no cometió, Parodi (“el recluso de la celda 273”) evalúa los misterios que le presentan y, apoyándose exclusivamente en la inteligencia abstracta, proporciona la explicación correcta. No es un justiciero; es solo que el encierro lo ha convertido en un escéptico a quien le queda el refugio de la razón: “Será porque hace tantos años que vivo en esta casa, pero ya no creo en los castigos. Allá se lo haya cada uno con su pecado. No es bien que los hombres sean verdugos de los otros hombres”.