En esa esquina se dice una de las líneas de diálogo más memorables de la narrativa de Roberto Arlt y de la literatura argentina: “Rajá, turrito, rajá”. Estamos en los comienzos de Los siete locos. Erdosain recorre las calles del bajo porteño, después de la reunión laboral en la que sus jefes le exigieron la devolución del dinero que había robado. A las diez de la mañana, Erdosain llega a Perú y Avenida de Mayo. Sabe que su problema no tiene otra solución que la cárcel, porque nadie le prestará el dinero que debe. De pronto descubre que en la mesa de un café, situado en Perú y Avenida de Mayo, está el farmacéutico Ergueta, quien, después de saludarlo, le cuenta sus peripecias con la martingala en una ruleta de Montevideo. Erdosain le pregunta si puede prestarle seiscientos pesos, porque debe ese dinero. Y entonces, “de pronto ocurrió algo inesperado. El farmacéutico se levantó, extendió el brazo y haciendo chasquear la yema de los dedos, exclamó ante el mozo del café que miraba asombrado la escena: –Rajá, turrito, rajá. Erdosain, rojo de vergüenza, se alejó. Cuando en la esquina volvió la cabeza, vio que Ergueta movía los brazos hablando con el camarero”.