Plaza de Mayo

El 1 de mayo de 1974 podemos leer, en Los años felices: “Acto en Plaza de Mayo bajo la llovizna. Isabel Perón tiende a afirmar su conducción personal. Yo paso la mañana revisando las respuestas a la entrevista, dentro de un rato viene Lafforgue a buscarla. En el Obelisco, jóvenes sindicalistas arman lío”. Poco después, el 12 de junio, encontramos esto otro: “Voy a la Plaza de Mayo. Perón convoca un acto para enfrentar la crisis y las presiones militares. Poca gente”.

La Plaza de Mayo, epicentro de la vida política argentina, es un espacio que Piglia transita sin demasiado entusiasmo, más bien llevado por la curiosidad. Hay también momentos en los que la plaza se convierte casi en un refugio involuntario, cuando el Piglia que encontramos no es el testigo apático, sino el sujeto conmocionado ante el miedo y la incertidumbre: “Regreso por Callao y en la esquina de Viamonte se amontona la gente, hay varios patrulleros. Alguien, una mujer, dice: ‘Es en una casa’. Vuelvo atrás, doblo por Tucumán y en la esquina de Riobamba un soldado desvía el tráfico. Pienso: ‘Es un allanamiento’. Eran las quince treinta. Me siento en un bar, hablo por teléfono a casa. Nadie contesta. Viajo en subte como un muerto, bajo en las estaciones intermedias para hablar otra vez a casa desde un teléfono público. Nadie contesta. Espero el próximo subte, amago subir pero me quedo en el andén y así verifico que nadie me sigue. Subo al siguiente tren, viajo por la ciudad de un lado a otro. Imágenes dispersas. Termino en Plaza de Mayo. No sé dónde pasar la noche. Pienso: ‘Hemos perdido todo’”. La entrada es del 28 de septiembre de 1976.