La Plaza del Congreso está delimitada por la Avenida Rivadavia y las calles Entre Ríos, Hipólito Yrigoyen y Virrey Cevallos. Ocupa un lugar muy importante en las crónicas que Roberto Arlt escribe en septiembre de 1930, durante los días posteriores al golpe de Estado que derrocara al presidente Hipólito Yrigoyen. El mismo 6 de septiembre, después de asistir al desfile de los cadetes del Colegio Militar por la Avenida Callao, Arlt es testigo del tiroteo que se produce en la Plaza del Congreso entre militares y militantes del Partido Radical: “Inmediatamente dieron allí orden de cuerpo a tierra y todos nos tiramos al suelo, al tiempo en que los cadetes, frente a nosotros, se arrodillaban. ¿De dónde tiraban? No lo sé. Los primeros estampidos limpiaron la plaza, de la estatua que hay frente al Congreso bajaron corriendo particulares, entraron por Rodríguez Peña. Y, de pronto al levantar la cabeza vi un caballo, que pertenecía a una pieza de artillería, tirado en la calle a unos metros del refugio que hay en Callao y Rivadavia, hacia el Este. Varios oficiales estaban tras de la pantalla de acero gris de la pieza de campaña, pues, era muy liviana. Creo calibre nueve (…) Hubo un momento en que sentí tal terror, que traté de taparme la cabeza con la pierna de un sujeto que estaba acostado a mi lado pero ¡maldito sea! yo no sé si el sujeto estaba desmayado, tenía calambre o se había muerto del susto, el caso es que cuando le toqué la pierna, estaba fría y dura, y notando que era imposible levantársela ni moverla, volví suavísimamente la cabeza y vi que un teniente escabullido tras mío encañonaba con la Malincher un objeto invisible. Pero mi preocupación eran las balas que llovían. De pronto observé que lo que rebotaba a nuestros pies no eran balas sino esquirlas de cemento, y entonces me incorporé. De los altos de la confitería del Molino salían pequeñas nubecitas de polvo o humo. No sé”.