Fue el primer departamento que tuvo Alejandra para ella sola. Se lo regaló su madre en 1968, tras la muerte del padre y con el dinero que obtuvo de la venta del departamento de Miramar, que Elías había comprado para que sus nietos y sus hijas tuvieran donde veranear. Myriam no se opuso a que la madre dispusiera de ese dinero para su hija menor, aunque también le correspondiera a ella.
A pesar de no ser grande tenía dos ambientes amplios donde Alejandra creó su universo imaginario, con objetos como la mesa verde –que aparece en sus poemas– y el pizarrón donde disponía las palabras, ya que como lo dice en el siguiente fragmento, para ella existía una vinculación entre pintura y escritura, sobre todo después de asistir al taller del pintor surrealista Battle Planas:
A veces, al suprimir una palabra, imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la espera de la deseada, hago en su vacío un dibujo en que la alude. Y este dibujo es como un llamado ritual. Agrego que mi afición al silencio me lleva a unir en espíritu la poesía con la pintura; de allí que donde otros dirían instante privilegiado, yo hablo de espacio privilegiado.
Pero también estaban las muñecas maquilladas y los libros amados y marcados con marcadores de diferentes colores, y llenos de anotaciones. Y los discos de Vivaldi, Janis Joplin, Ute Lemper. Por fin, la presencia de sus amigos, que al final de su vida estaban casi instalados en su casa porque temían que Alejandra cediera y tomara pastillas de más.