Junior se despierta sobresaltado a medianoche, atiende el teléfono. Del otro lado de la línea habla Julia Gandini, su informante desconocida. Esto es al comienzo de “Pájaros mecánicos”, la tercera parte de La ciudad ausente, y es el momento en que deciden citarse en Retiro, en “un puesto de sándwiches, bajo el alero que daba a la Plaza de los Ingleses”. La ciudad de la novela es presente y es distópica, está vacía e hipervigilada. La guerra por las Malvinas acaba de terminar. “Las patrullas controlaban la ciudad y había que estar muy atento para mantenerse concentrado y seguir los acontecimientos. Los controles eran continuos. La policía tenía siempre la última palabra (…). Estaba prohibido buscar información clandestina”.
Piglia dice que “el Estado narra. Cuando se ejerce el poder político se está siempre imponiendo una manera de contar la realidad”. En el puesto de sándwiches, antes de que la chica aparezca, Junior conversa sobre política, que es entendida como un espejo: “Caras y caras que aparecen y se miran y son sustituidas por otras que aparecen y se miran y se pierden”. Dentro de ese juego de máscaras y relatos dirigidos, la máquina de ficción ideada por Macedonio Fernández es un contrarrelato, una sub-versión del relato oficial que dice lo que no se puede decir, y Julia Gandini una de las primeras piezas para encontrarla. Junior y Julia deambulan por Retiro: caminan por la Plaza San Martín, comen en el Dorá y finalmente pasan la noche en un hotel de la calle Tres Sargentos. Al día siguiente, son abordados y separados por la policía.
Retiro también aparece en Plata quemada. Hacia el final del tercer capítulo, después del atraco al camión de caudales con el que empieza la novela, el narrador hace una semblanza de los dos protagonistas: el Gaucho Dorda y el Nene Brignone. En ese punto se recupera una anécdota, el Nene cuenta: “Me hacés acordar a un tipo que me levanté una vez en Retiro, en el baño, te conté, Gaucho, era como vos, yo estaba meando, el tipo me rondaba, me miraba el pedazo, me rondaba, entonces yo lo chamuyo y el tipo me muestra un papel que dice Soy sordomudo. Pero se la mandé a guardar igual. Y me pagó una gamba y media. Soplaba, cuando me lo estaba garchando, claro, no podía decir nada, pero soltaba el aire, soplaba, gozando. Soy sordomudo –contaba el Nene y se reía y el Gaucho lo miraba, contento, y se reía también con una risita turbada”.
Retiro es, además, un punto por el que Piglia pasaba a menudo, caminando con amigos o mujeres, o yendo o volviendo hacia o desde Zona Norte. Y del que anota en su diario, en 1969: “Lo mejor es mi conversación con Walsh sobre Borges y mi posterior e inesperado encuentro con el mismo Borges al bajar del ómnibus cerca de Retiro. Lo veo pasar y lo nombro, él se detiene un momento y sonríe hacia mí”.