Antes de su viaje a París, Alejandra conoció a Héctor A. Murena, un escritor perteneciente a la revista Sur, cuya amistad fuera fundamental para ella a la hora de conseguir trabajo en Francia. Su vinculación con la revista, con la que había anudado lazos importantes cuando la editorial Sur publicó Árbol de Diana, su cuarto libro de poemas, se produjo a su retorno. En ese momento conoció y comenzó a frecuentar a Victoria y Silvina Ocampo, así como a colaboradores fundamentales de la revista: Enrique Pezzoni, Pepe Bianco y Juan José Hernández. También a escritores extranjeros que estaban en Buenos Aires, como Evgeni Evtuchenko, con quien Alejandra escapó del cocktail que le había organizado Sur para el poeta ruso, sin duda para pasarla mejor e intercambiar ideas sobre la poesía.
Pero si estos amigos resultaron capitales para ella desde el punto de vista personal y profesional, las hermanas Ocampo ocuparon un lugar especial. Victoria, porque era la cabeza de todo el grupo. Y Silvina, por el amor desbordante y perdurable que despertaba en ella. De esta relación despareja –pues Silvina no respondía al amor casi obsesivo que sentía Alejandra por ella– dan testimonio las dieciséis cartas que le envió a Silvina y en las que la relación creció hasta convertirse en una autónica hoguera de pasión que parece haber consumido a Pizarnik.