Zoológico

“En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre”. Con un tono que va de una seguridad cuasi administrativa al apóstrofe, pasando por la imaginería de los libros de aventuras, “Dreamtigers” recupera la imagen del tigre de bengala ante cuya jaula el escritor “se demoraba sin fin” en la infancia. De esa afición, que se continuaba en casa a través de las ilustraciones de las enciclopedias, quedan algunas imágenes: Borges y su hermanita Norah delante del enrejado; Borges y su padre, en un banco de madera; o los diseños de un tigre hecho por él probablemente a los seis años, con lápiz rojo para marcar firmes las rayas sobre un papel ocre o dorado, en cuya combinación bien puede leerse un destino literario. Son ecos del tigre Shere Kan de los Jungle Books, o del que también había dibujado Víctor Hugo, o del incantatorio de Blake (“Tyger Tyger, burning bright / in the forests of the night”), en los que el escritor ha buscado el tigre ideal pero en el que también ha cifrado los límites de la creación: “¡Oh incompetencia!”. Evidentemente, no es fácil “causar” un tigre: “Aparece el tigre, eso sí, pero disecado o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pájaro”.

Los tigres (incluso esa misma escena del ejemplar del zoológico de Palermo) –como los laberintos, el doble o los espejos– reaparecen en toda su obra, en otros agenciamientos, probando que para Borges la escritura es también –o es ante todo– reescritura.